SALMO 38
La sobre escritura del salmo dice lo siguiente: Salmo de David, para recordar.
De esto podemos saber entonces, que fue David quien escribió el salmo y el propósito fue para recordar. ¿Recordar qué?. Pues para tener siempre presente el tema que trata el salmo, lo cual veremos más adelante. Como antecedente diremos que este es un salmo penitencial, es decir que se trata de un salmo en el cual David expresa un lamento por la aflicción que ha resultado de algún pecado cometido. El lamento es en sí, una confesión de su pecado.
Todo pecado tiene su deleite. Si el pecado no tuviera deleite, nadie sería tentado a pecar. El problema es que ese deleite del pecado es por un lado pasajero o temporal y por otro lado, las consecuencias son realmente trágicas. De esto es justamente lo que trata el salmo. En cierto sentido, el salmo nos ayuda a recordar que la consecuencia del pecado afecta la totalidad del ser. El cuerpo, el alma y el espíritu.
Veamos en primer lugar cuáles fueron las consecuencias del pecado en el cuerpo de David.
Salmo 38: 1-8 dice: "Jehová, no me reprendas en tu furor, ni me castigues en tu ira. Porque tus saetas cayeron sobre mí, y sobre mí ha descendido tu mano. Nada hay sano en mi carne, a causa de tu ira; ni hay paz en mis huesos, a causa de mi pecado. Porque mis iniquidades se han agravado sobre mi cabeza; como carga pesada se han agravado sobre mí. Hieden y supuran mis llagas, a causa de mi locura. Estoy encorvado, estoy humillado en gran manera, ando enlutado todo el día. Porque mis lomos están llenos de ardor, y nada hay sano en mi carne. Estoy debilitado y molido en gran manera; gimo a causa de la conmoción de mi corazón."
David cometió algún pecado. No se puede precisar qué tipo de pecado. El deleite que experimentó al cometer el pecado comenzó a disiparse muy pronto y para sorpresa suya, notó algún malestar en su cuerpo. Quizá pensó que era una simple enfermedad como le puede pasar a cualquiera, pero no tardó mucho en reconocer que su padecimiento estaba íntimamente asociado al pecado que había cometido. Era la disciplina de Dios por el pecado. Por eso es que David dice a Dios: Jehová, no me reprendas en tu furor, ni me castigues en tu ira. Porque tus saetas cayeron sobre mí, y sobre mí ha descendido tu mano. Luego David nos deja un escalofriante recuento de cómo estaba padeciendo su cuerpo. Dice que no había nada sano en su carne, es decir que la enfermedad atacó todo el cuerpo. Dice que no había paz en sus huesos. Aún su sistema óseo estaba padeciendo dolor. La culpa por el pecado cometido le causaba grandes dolores de cabeza y era como si tuviera un gran peso sobre sus débiles hombros. Las llagas de su cuerpo estaban supurando y despidiendo mal olor a causa de actuar locamente al cometer el pecado. Se veía forzado a andar encorvado por los dolores, se sentía humillado en gran manera. Parecía como si estuviera en el funeral de un ser querido. Padecía de fiebre e insiste que nada había sano en su carne. Se sentía débil y cansado. Aún su corazón empezaba a dar problema.
Quizá Ud. estará pensando que el salmista está exagerando, porque Ud. ha pecado como David y su cuerpo no ha sufrido nada semejante a lo que dice David. Bueno, quizá sea así porque Dios ha tenido misericordia con Ud. Pero no es prudente jugar con Dios, porque cuando él pone la mano sobre alguien, le puede pasar igual o peor que lo que padeció David. Si no nos convencemos que debemos dejar de pecar porque eso atenta contra la santidad de Dios, al menos convenzámonos que debemos dejar de pecar porque corremos el peligro de caer en las manos de Dios.
Pero la consecuencia también afectó el alma de David.
Salmo 38: 9-16 dice: "Señor, delante de ti están todos mis deseos, y mi suspiro no te es oculto. Mi corazón está acongojado, me ha dejado mi vigor, y aun la luz de mis ojos me falta ya. Mis amigos y mis compañeros se mantienen lejos de mi plaga, y mis cercanos se han alejado. Los que buscan mi vida arman lazos, y los que procuran mi mal hablan iniquidades, y meditan fraudes todo el día. Mas yo, como si fuera sordo no oigo; y soy como mudo que no abre la boca. Soy, pues, como un hombre que no oye, y en cuya boca no hay reprensiones. Porque en ti, oh Jehová, he esperado; tú responderás, Jehová Dios mío. Dije: No se alegren de mí; cuando mi pie resbale, no se engrandezcan sobre mí."
Bueno, este es el triste cuadro de un alma en angustia por el pecado, de una conciencia manchada por la maldad. David está abriendo una ventana para examinar su corazón. Allí encontramos a un hombre que se consume en medio de suspirar. La tristeza reina en su corazón. No tiene deseo de nada. No tiene fuerza para hacer absolutamente nada. Ha perdido las ganas de vivir. No encuentra nada atractivo como para mirar. Es un hombre hastiado de la vida. Para colmo, las personas más cercanas a él le han abandonado. Los únicos que merodean son los enemigos que como aves de rapiña están esperando que muera para caer sobre los despojos. Ante todo esto, David opta por tapar su boca y sus oídos. Lo único que hace es poner esta situación en la mano de Jehová. David está confiando en que su ayuda venga de Jehová. Sabe que en algún momento Dios va a responder porque David había pedido a Dios que sus pies no resbalen y que sus enemigos no se alegren en su desgracia.
Este es el estado de ánimo en el que se encontraba David a causa de su pecado. David estaba sufriendo físicamente y emocionalmente. Pero no solo eso, sino también espiritualmente.
Salmo 38:17-22 dice: "Pero yo estoy a punto de caer, y mi dolor está delante de mí continuamente. Por tanto, confesaré mi maldad, y me contristaré por mi pecado. Porque mis enemigos están vivos y fuertes, y se han aumentado los que me aborrecen sin causa. Los que pagan mal por bien me son contrarios, por seguir yo lo bueno. No me desampares, oh Jehová; Dios mío, no te alejes de mí. Apresúrate a ayudarme, oh Señor, mi salvación."
La parte más dolorosa de la consecuencia del pecado es que afecta el espíritu de una persona. David se sentía al borde del abismo. Estaba a punto de caer. Sabía que el pecado que había cometido era un obstáculo en su relación con Dios. Su dolor por la consecuencia del pecado en su cuerpo y en su alma, estaba siempre delante de él, acusándole por haber pecado. David se hallaba en gran confusión espiritual. Fue en estas condiciones que no le quedó otra salida sino reconocer que todo lo que estaba viviendo fue por haber pecado. Lo que hizo entonces fue confesar su maldad. Es decir que se puso de acuerdo con Dios en que lo que había hecho era contrario a la voluntad de Dios y que eso había atentado contra la santidad de Dios.
Esto es el significado de confesar. Confesar no es decir: Dios lo siento por cualquiera cosa mala que he hecho. Confesar es, por ejemplo, decir a Dios: Dios, hoy mentí al justificar un atraso a la oficina, reconozco que mentir es pecado porque atenta contra tu santidad. Esto es confesión. David lo hizo y se entristeció por haber cometido el pecado. La confesión es el primer paso en la restauración del pecador. Dios está dispuesto a perdonar el pecado de un pecador que confiesa su maldad. Una vez perdonado, David clama a Dios por ayuda. Sabe que necesita la ayuda permanente de Dios para no volver a caer y pide a Dios que no le desampare y que no se aleje de él. El pecado tiene su deleite, pero después del deleite viene el tormento de la consecuencia. La consecuencia afecta el cuerpo, el alma y el espíritu de una persona.
Puede ser, que Ud. como David ha cometido algún pecado y Ud. está experimentando una situación parecida a la de David. Es hora de reconocer su pecado, confesarlo a Dios y apartarse del pecado. Solo así, Ud. saldrá de ese estado trágico de la consecuencia del pecado. Recuerde que es posible sufrir sin pecar, pero no es posible pecar sin sufrir.