APOCALIPSIS 1 : 12 - 16

ESTUDIO Nº 6

Si tiene una Biblia a la mano, le invito a abrirla en el libro de Apocalipsis capítulo 1, versículos 12 a 16. Esta es la segunda sección de la primera parte del libro de Apocalipsis.

En la primera sección, Juan nos relató que estaba en el Espíritu en el día del Señor. Esto significa que por el poder del Espíritu Santo, Juan fue transportado sobrenaturalmente de la esfera terrenal a la esfera celestial, para ver los eventos que tendrán lugar en lo que la Biblia llama el día del Señor. El día del Señor es el período en el cual Dios derramará su ira sobre este mundo incrédulo y establecerá un gobierno soberano en esta tierra con Jesucristo como Rey. El día del Señor comienza con la tribulación y termina con el juicio del gran trono blanco. Incluye la segunda venida de Cristo y el milenio, entre los eventos más importantes.

En estas circunstancias, Juan oyó detrás de él una gran voz como de trompeta, que decía: Yo soy el Alfa y la Omega, el primero y el último. Escribe en un libro lo que ves, y envíalo a las siete iglesias que están en Asia: a Éfeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardis, Filadelfia y Laodicea. Era el Señor Jesucristo, en su estado glorificado, quien como Dios Soberano y Todopoderoso estaba ordenando a Juan que registre en un libro todo lo que estaba viendo y que envíe ese libro a las siete iglesias ubicadas en Asia Menor. Juan debe haber estado asombrado por lo que estaba pasando.

El pasaje bíblico que nos corresponde estudiar el día de hoy tiene que ver con lo que sucedió inmediatamente después. Lo hemos titulado: El contenido de la visión.

Lo que notamos en primer lugar es a Juan dándose vuelta para ver.

La primera parte de Apocalipsis 1:12 dice: “Y me volví para ver la voz que hablaba conmigo”

Hasta este momento, Juan había escuchado la gran voz como de trompeta, pero no había visto a la persona que la emitía, porque estaba detrás de él. Era natural que haga lo que hizo. Se volvió para ver la voz que hablaba con él. Al contemplar lo que tenía ante sus ojos debió haberse quedado extasiado. En segundo lugar notamos a Juan describiendo lo que vio. Sus ojos se dirigen primeramente al entorno.

La segunda parte del versículo 12 dice: “Y vuelto, vi siete candeleros de oro”

Se trata de candeleros portátiles de oro que sostenían pequeñas lámparas de aceite. Cada candelero representa a cada una de las siete iglesias desde donde irradiaba la luz de la vida. Esto lo sabemos por lo que leemos al final del versículo 20 del mismo capítulo donde dice: “y los siete candeleros que has visto, son las siete iglesias” El número siete en la Biblia representa algo completo, de modo que estos siete candeleros representan a todas las iglesias en el mundo. El hecho que estos candeleros sean de oro, significa que las iglesias locales son preciosas para el Señor. Sin importar su tamaño o el lugar donde están, aún sin importar las imperfecciones, toda iglesia local es como oro para el Señor. Luego de mirar el entorno, Juan dirige su mirada a la estrella en ese entorno. La descripción que provee el Espíritu Santo de la estrella en ese entorno es comparable a un artista que va plasmando en los lienzos su obra maestra. Cada palabra, cada frase, cada idea es como una pincelada maestra que va añadiendo detalle a la gloria de persona de Jesucristo. Deje que el pulso de su corazón se acelere mientras escucha este impactante pasaje.

Apocalipsis 1:13-16 dice: “y en medio de los siete candeleros, a uno semejante al Hijo del Hombre, vestido de una ropa que llegaba hasta los pies, y ceñido por el pecho con un cinto de oro. Su cabeza y sus cabellos eran blancos como blanca lana, como nieve; sus ojos como llama de fuego; y sus pies semejantes al bronce bruñido, refulgente como en un horno; y su voz como estruendo de muchas aguas. Tenía en su diestra siete estrellas; de su boca salía una espada aguda de dos filos; y su rostro era como el sol cuando resplandece en su fuerza.”

Hermoso, ¿no le parece? Permítame explicarlo.

Primero, uno semejante al Hijo del Hombre. Hijo del Hombre es el título favorito de Jesús cuando hablaba de sí mismo. Su uso nos lleva de regreso al libro de Daniel cuando el Hijo del Hombre recibe dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran; su dominio es dominio eterno, que nunca pasará, y su reino uno que no será destruido. Interesante que Juan dice que vio a uno semejante al Hijo del Hombre. Esto nos comunica que el Jesús que Juan conoció y no había visto por alrededor de sesenta años no había cambiado su apariencia externa. Juan le reconoció. La resurrección y el tiempo transcurrido no cambiaron las facciones de Jesús.

Segundo, uno que está vestido de una ropa que llegaba hasta los pies, y ceñido por el pecho con un cinto de oro. Esta no es la forma de vestir de una persona común y corriente. Esta vestimenta era la forma de vestir del Sumo Sacerdote. El cinto de oro que llevaba ceñido por el pecho completa el cuadro de Jesucristo sirviendo en su función sacerdotal. Aquí podemos ver a Jesucristo como el gran Sumo Sacerdote.

Tercero, uno cuya cabeza y cabellos eran blancos como blanca lana, como nieve. Esta descripción es similar a la del Anciano de días de quien nos habla Daniel 7:9. Cuando Juan habla de blanco como blanca lana, como nieve, no se está hablando del color blanco, sino de algo que brillaba con luz refulgente, como la nube de gloria con la cual se manifestaba Jehová en el Tabernáculo. Esta luz representa la pureza y santidad de su carácter. Aquí tenemos a Jesucristo como el Anciano de Días.

Cuarto, uno cuyos ojos eran como llama de fuego. Esto significa que Jesucristo está en capacidad de ver absolutamente todo. Nada se puede esconder de su inquisitiva mirada. Sus ojos son como de rayos láser que pueden penetrar los lugares más recónditos de la iglesia. Es imposible esconderse de él. Él conoce las acciones y las intenciones del corazón. Por tanto, Jesucristo puede juzgar con rectitud. Aquí tenemos a Jesucristo como Juez.

Quinto, uno cuyos pies eran semejantes al bronce bruñido, refulgente como en un horno. Uno del mobiliario del templo era el altar de bronce, donde se ofrecía el sacrificio por el pecado. Los utensilios también estaban hechos de bronce. Los pies de Jesucristo, de bronce bruñido, refulgente como en un horno, nos habla del juicio por el pecado. Los pies de bronce bruñido, refulgente como en un horno nos hace pensar que Jesucristo camina entre su iglesia para ejercer disciplina por el pecado.

Sexto, uno cuya voz era como estruendo de muchas aguas. La voz de Jesucristo, clara y distinguible como el sonido de la trompeta, además era tan potente como el estruendo de muchas aguas. Esto representa la autoridad de su palabra.

Séptimo. Uno que tenía en su diestra siete estrellas. El versículo 20 nos informa que estas estrellas significan los ángeles de las siete iglesias. Estos ángeles son los mensajeros de las siete iglesias. Qué fabuloso es pensar que los líderes de las iglesias locales, o los mensajeros de las iglesias locales están en la mano derecha de Jesucristo. Esto denota que Jesucristo tiene control sobre los líderes de las iglesias locales, quienes gozan de total seguridad en su mano derecha.

Octavo, uno de cuya boca salía una espada aguda de dos filos. La palabra espada no es la que se refiere al arma corta de defensa que aparece en Efesios 6:17 sino al arma larga que el soldado usaba para atacar. Esto representa a Jesucristo ejerciendo castigo ejemplar a los pueblos y naciones que le han rechazado y han atacado a su iglesia.

Noveno, uno cuyo rostro era como el sol cuando resplandece en su fuerza. Esto representa la gloria de su carácter, y es una referencia a Malaquías 4:2 donde se describe a Cristo como el Sol de Justicia. Él es la fuente de toda energía. Lo que el sol es para la naturaleza, es Jesucristo para la vida espiritual. Como la naturaleza no podría existir sin el sol, ni tendría vida alguna, así tampoco hay vida espiritual alguna en aquellas almas donde no han llegado los rayos del Sol de Justicia que es Cristo. Hermosa descripción de nuestro amado Jesucristo. Cuando Juan contempló todo esto, cayó como muerto a los pies de Jesucristo. Es la posición del adorador sincero. ¿Lo adorará Usted también de esta manera?.